Cuando el cuervo escuchó estas palabras, no cabía en sí de gozo y para hacer alarde de su magnífica voz, abrió el pico y dejó caer el queso.
Lo agarró el zorro y le dijo:
-Aprende, señor cuervo, que el adulador vive siempre a costas
del que le cree; la lección es provechosa; bien y vale un queso.
El cuervo, avergonzado y molesto, juró, aunque un poco tarde, que no lo engañarían otra vez.
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